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Séptimo domingo de Pascua

Por Víctor Córdova ss.cc.

«Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero y a tu enviado, Jesucristo». Esta afirmación de Jesús es al mismo tiempo sencilla y también densa de significado e importancia teológica. Es sencilla porque pone, como la señalética de un camino, las señales por dónde transitar sin perdernos. Tener fe en Dios es buscar conocerlo íntima y vitalmente. No es simplemente adscribir a un sistema de creencias, ritos y oraciones que pueden no comprometer el corazón. Tampoco se trata de compilar mucha, mucha información sobre Dios. Jesús no pide ese tipo de conocimiento. Pide el conocimiento que brota del amor. La vida del hombre y la mujer, la vida de los pueblos está glorificada en la vida de Jesús resucitado. Ese es el testimonio y la esperanza mientras nosotros, discípulos de este tiempo, seguimos en el mundo.

Una vieja canción decía en uno de sus versos: «Jesus, de Galilea, para mi no eres Dios, sino solo una idea tras la que marcho yo en pos».

Por ser una cultura que exacerba lo racional y lo empíricamente demostrable hasta la experiencia de Dios pude ser solo un ejercicio intelectual y Dios y Jesús ser el zumo de las ideas más nobles por las que somos capaces de movilizarnos…

El evangelio nos pide otro conocimiento, más hondo, profundo y no menos arduo. Pero su punto de partida es reconocer en Dios a alguien, un ser personal al que conocer y amar del mismo modo como buscamos conocer a Jesucristo, su enviado y hacerlo nuestro amigo, hermano y Señor.