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Domingo 27 de diciembre de 2015. Sagrada Familia

Por Alex Vigueras Cherres ss.cc.

1 Sam 1,20-22.24-28; Sal 83,2-3.5-6.9-10; 1 Jn 3,1-2.21-24; Lc 2,41-52

Siempre celebramos la fiesta de la Sagrada Familia en el domingo que sigue a Navidad. Quiero hacer mi reflexión en relación a cuatro temas que me parecen relevantes: 1) Una familia concreta en un pueblo concreto, 2) La familia es don de Dios, 3) Lo esencial de la experiencia familiar: amarnos unos a otros como Jesús nos amó, 4) La familia trasciende a los lazos de sangre.

  1. Una familia concreta en un pueblo concreto: Jesús es el Dios encarnado, el Dios que se ha venido a formar parte en nuestra historia humana. Y, así como todos los seres humanos, tiene una familia concreta que pertenece a un pueblo concreto: el pueblo judío. Por eso cada año van a Jerusalén para celebrar la Pascua, como nos lo muestra el Evangelio. Es conmovedor pensar que el Dios todopoderoso se hizo frágil en Jesús: necesitado de cuidado, de cariño, de pertenencia. Él aprenderá de José y María los primeros pasos de la vida.
  2. La familia es un don de Dios: en la primera lectura se nos presenta a Ana que ha tenido un hijo después de haberle suplicado a Dios esa gracia. Ella era humillada por el hecho de no haber concebido, por eso es tan grande su alegría cuando se convierte en madre. Para ella es tan claro que este hijo Samuel es don de Dios que no duda en entregar al niño a Elí para que haga una vida al servicio de Dios en el templo. A nosotros nos podrá parecer extraño un acto de desprendimiento así. Creo que tiene que ver con lo que Dios significa para Ana: al que se lo ha dado todo, le ofrece lo más valioso que puedo ofrecerle, su hijo.

Esto pone de relieve el inmenso don que significa la familia, cualquiera ella sea. A veces reclamamos de la familia que nos dio Dios y quisiéramos que fuera diferente. Al contrario, deberíamos ser eternos agradecidos por la familia que nos tocó, incluso con todas las imperfecciones que pueda tener. Mi familia es la que me ha recibido, enseñado, soportado, acompañado, impulsado, corregido; en ellos Dios me ha amado; por ellos soy lo que soy. La familia es la bendición de Dios concreta en mi vida.

  1. Lo esencial en la experiencia familiar: amarnos unos a otros como Jesús nos amó. En la segunda lectura Juan nos dice que el mandamiento de Dios es “que creamos en su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, según el mandamiento que nos dio” (1Jn 3,23). Lo esencial de la experiencia familiar es esta experiencia de amor mutuo. Se nos invita amar así como Jesús nos amó: entregándose por entero, dando la vida. En esta vivencia concreta del amor se manifestará aquello que ya somos: hijos de Dios. En efecto, el amor es el principal distintivo de los discípulos de Jesús. De este modo, la familia que soñamos se transforma en profecía para el mundo, pues queremos un mundo sustentado, renovado por el amor, tal como se ha manifestado en Jesús. Por el amor pasamos a formar parte de la familia de Dios, porque él ha querido hacernos sus hijos.
  2. La familia trasciende a los lazos de sangre. En el Evangelio se nos muestra a un Jesús como despreocupado de su familia o, mejor, más preocupado de las cosas de Dios. Esta actitud desconcierta a María que le reclama: “Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto?” (Lc 2,48), a lo que Jesús responde también sorprendido: “¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?” (Lc 2,49). Jesús manifiesta de este modo que las relaciones con su Padre son superiores a las de la familia humana. Esto se puede conectar con la pregunta que hace Jesús cuando le dicen que su madre y sus hermanos lo buscaban: “¿Quién es mi madre y mis hermanos?…quien cumpla la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mc 3,33.35). Podríamos decir que el Señor nos invita a transformarnos en familia de todos, especialmente de los sin familia, de los que más necesitan amor, los sufrientes, los marginados. Tratar a los niños de la catequesis como mis hijos, a los ancianos del club de la tercera edad como mis abuelos, a los inmigrantes que llegan a mi país como mis hermanos. Esa es la gran profecía que queremos gritar al mundo: “nadie nos es extraño”, “todos son mi familia”, “todos son mis hermanos”. Y, a partir de esta certeza, somos invitados a confiar que es posible un mundo nuevo.