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Santísima Trinidad

Por Alberto Toutin ss.cc.

Dios nos quiere en su familia

“En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” repite una madre con un niño, tomándole le mano y haciendo la señal de la cruz, mientras entran en una iglesia. Para muchos de nosotros, antes de aprender a rezar, ya alguien nos tomó de la mano e hizo sobre nosotros la señal de la cruz, invocando el nombre de Dios-Trino. Hemos sido introducidos en el misterio de Dios que es comunión, encuentro, donación, por un gesto simple y esencial como aprender a caminar, a hablar. Para decirnos Dios su amor de Padre con entrañas de Madre que nos “primerea”, alguien tomó la iniciativa y nos dejó este gesto de saludo y de familiaridad con nuestro Dios. Luego, ese mismo gesto, como en aquellos importantes que nos marcan, se imprime primero en nuestro cuerpo, en la cabeza, el corazón y los hombros, en una forma de cruz que nos abraza. Es en la cruz de Jesús que se nos muestra hasta qué punto Dios nos ama: “Tanto amó Dios al mundo que nos dio a su propio Hijo”. La cruz es otro gesto esencial que esta vez nos hace entrar en la violencia- desgraciadamente siempre actual- de los inocentes asesinados de nuestro mundo. Y, al mismo tiempo, en ese gesto, Dios nos dice en Jesús la hondura de su amor por nosotros sus hijos e hijas, haciendo que Jesús tome parte también en nuestros padecimientos y en los sufrimientos que causamos a los demás. Así nos muestra Jesús, que ser hijo es sobre todo vivir en una permanente gratitud hacia al padre y en una entrega cotidiana a los hombres y mujeres, sus hermanos.

Dios nos conoce desde dentro y sabe que la relación Padre–Hijo en el amor y en la libertad no es fácil. A ratos no lo fue para Jesús con María y José, recordemos cuando se pierde tres días en el templo de Jerusalén y cuando sus padres lo encuentran les responde: “No debía estar en las cosas de mi Padre”. “¿Quién te entiende, Hijo?” pensarían ellos, sino hasta en darle un buen coscorrón por esta respuesta desconcertante. Y ni siquiera lo fue para con su Padre, cuando Jesús percibe que “debe” beber el trago amargo y oscuro de la cruz….

Por eso, porque quiere que cada uno sea un hijo/hija que lo ama libremente como Padre y a todo ser humano y al conjunto de la creación, como a nuestros hermanos y hermanas (“hermano sol”, “hermana agua”, de Francisco) entonces el Padre y Jesús nos dan su Espíritu. Un Espíritu que es fuego, viento, beso, abrazo, consolador, amigo, imágenes que describen lo que él es y hace por cada uno de nosotros. Él grita desde nuestro interior a Dios, aunque nosotros no lo escuchemos, diciéndole “Abbá”, “papito”, “taita”. El Espíritu es el que reza e intercede por nosotros, aunque no sepamos qué decir en nuestra oración ni cómo hacerlo. Es el mismo Espíritu el que nos hace “ver” su trabajo paciente y artesanal en cada uno de nosotros para que seamos una pieza única con un aire de familia -de la familia de Jesús. Es el Espíritu el que afina nuestro oído para “escuchar” su murmullo discreto y generoso, como el viento que sacude el follaje de los álamos, en toda conversación e iniciativa por la esquiva paz, la anhelada justicia, la difícil fraternidad.

En la fiesta de la Trinidad celebramos que Dios nos incorpora a su familia, como hijos/hijas y hermanos y hermanas. Hacemos el gesto de la cruz al inicio –como saludo- y al final de la misa -como bendición- pues allí hacemos visible que somos una comunidad, una familia que camina junta. Haciendo el gesto de la cruz al empezar el día o al terminarlo, o pasando delante de una imagen religiosa… o antes de iniciar un viaje, o al sentarse a la mesa…o al entrar en la “cancha”, nos recuerde que en realidad de Dios somos, en él nos movemos y existimos.