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Domingo de ramos

Por Pablo Fontaine ss.cc.

El libro del profeta Zacarías había anunciado el triunfo de Dios con estas bellas palabras:

“Salta de alegría, Sión,
lanza gritos de júbilo, Jerusalén,
porque se acerca tu rey,
justo y victorioso,
humilde y montado en un burro,
en un joven borriquillo”.
(Zac.9,9)

Mucho tiempo después, un pueblo de pobres, gente sencilla de esa histórica ciudad, aclamó al hombre humilde, a Jesús, el que llegaba sin riqueza y sin armas a tomar posesión simbólicamente de su reino, el reino de los pobres y marginados.

Ahora nosotros, igualmente conmovidos, recordando y reproduciendo el mismo gesto, recibimos esperanzados, en nuestro mundo actual, a Jesús, el que con palabras de la escritura, dijo de su persona: “El Señor me ha enviado para traer buenas noticias a los pobres”.

Mientras escuchamos los cantos “Bendito el que viene en nombre del Señor” y miramos la gente que agita sus ramos, el corazón se nos ensancha pensando ¿Cuándo, Señor, vendrás de verdad a los pobres de nuestras ciudades y campos? ¿Cuándo te dejaremos pasar para que les comuniques tu alegría y consueles sus penas?

Hay sintonía entre el corazón del hombre pobre que va en su burro acercándose a la entrega suprema y dolorosa, y el pueblo de los pobres que presiente que de ese corazón brota el perdón, la paz y la justicia.

En nuestro tiempo ¿Qué podemos hacer para abrirle paso a este Jesús del burrito y lograr que llegue hasta los pobres a darles su buena noticia? ¿Cómo hacer para tener una Iglesia de pobres y para los pobres en que todos se sientan en su casa? ¿Cuál es el obstáculo?

Tal vez necesitamos una conversión de gran envergadura en que los pobres comprendan mejor la dificultad de los ricos para seguir al profeta de Nazaret y los ayuden a cambiar, y estos sobre todo, comprendan que no se puede seguir a Jesús manteniendo ese nivel de vida y esos prejuicios, y no querer escuchar lo que él predicó sobre los ricos y la salvación.

Celebremos en este domingo de ramos, la entrada del rey humilde a nuestros corazones y a nuestra sociedad, con viva esperanza. Ningún cambio es imposible. De otro modo Jesús no habría predicado lo que predicó ni habría hecho los signos que hizo.

El que dijo “felices los pobres” y, rodeado de pobres, entró en su capital con tan modesta cabalgadura, nos ayudará a dar vida real a esta escena. Hasta lograr que su buena noticia para los pobres, también llegue a serlo para los ricos que se alegren por su venida.